Revista Multitemática Virtual

29 abr 2010

Monumento al Descamisado - La octava maravilla

Un descamisado 45 metros más alto que la Estatua de la Libertad. Una base más grande que el Luna Park. 14
ascensores. Un salón grecorromano con paredes de mármol, frisos y columnas. Una cúpula revestida de mosaicos con pepitas de oro. Una basílica laica. Y un sarcófago de 400 kilos de plata para albergar el cuerpo de Eva Perón. Sin embargo, los restos de la obra faraónica más grande de la Argentina yacen enterrados cerca de ATC.

El Coloso

El Descamisado peronista iba a tener 45 metros por encima de la Estatua de la Libertad de Nueva York y a ser tres veces más alto que los 38 metros del Cristo Redentor de Río de Janeiro.Por Ignacio Jawtuschenko

El monumento más grande del mundo iba a ser en honor a Eva Perón. Un Aconcagua peronista, con un templo laico en la base. Un megaproyecto, el primero de la larga historia de alternativas fallidas para guardar el cuerpo de Eva Perón. Pero el emplazamiento de un coloso de cara al Río de la Plata, tan mítico como el del puerto de Rodas en la antigua Grecia, no se frustró como aquél –derribado según la leyenda por un terremoto en el 223 a.C.–. Al monumento a Evita se lo tragó el golpe de la Libertadora de 1955.
A lo largo de la historia, regímenes políticos de lo más diversos han invertido gran parte de sus riquezas en proyectos monumentales. Desde las pirámides de Egipto o Teotihuacán, los arcos del triunfo y hasta las catedrales góticas de la Europa medieval, enseñan la invencibilidad de los que gobiernan y la gloria del cielo. Por eso también, aquí, el gobierno de Perón anunciaba que un monumento a Eva Perón perpetuaría su obra por los siglos de los siglos. Pero el proyecto chocó con una maldición: la historia de las “realizaciones justicialistas” en materia escultórica es, curiosamente, la de una larga lista de promesas fallidas.

El Megaperonista

El monumento, con 137 metros de altura, sería casi tan alto como la catedral de Notre Dame. Con 100 metros, el diámetro de su base superaría al estadio Luna Park. Contaría con escaleras helicoidales y 14 ascensores, tantos como las extintas Torres Gemelas neoyorquinas, y un sarcófago de 400 kilos de plata.
Los planos lo muestran de pie en la cúspide, recubierto de cobre como la cúpula del palacio del Congreso. Es un descamisado de 67 metros de altura que, parado sobre un basamento de 70 metros, transforma todo alrededor en precipicio.
Es un titán sin semejantes que pesa 43 mil toneladas, rasca el cielo para representar con elocuencia el poder de Juan y Eva Perón. Aunque odiosas, las comparaciones son ilustrativas. Una maqueta comparativa lo muestra 45 metros por encima de la Estatua de la Libertad de Nueva York y triplica los 38 metros del Cristo Redentor de Río de Janeiro.
Con gesto de haber perdido la ternura pero no la cautela, saca pecho. Un viril trabajador, esbelto, sobrio, aseado, delante de su herramienta –un yunque–, con la camisa arremangada y puños firmemente apretados –crispados– que anticipan las tensiones de una lucha que deberá ganar. Es un caucásico sin rasgos de argentinidad: es el descamisado universal. Centinela de aplastante presencia erigido para acompañar la nueva aurora soñadora de mañanas mejores, y representar una evolución: la superioridad del trabajador justicialista por sobre todos los pasados.

Nacido el 4 de julio

La idea apareció a mediados de 1951 en el cenit del primer gobierno peronista: el mismo año en que Ezequiel Martínez Estrada somatizaba en la piel su antiperonismo y caía enfermo por una severa psoriasis “negra como el carbón y dura como la corteza de un árbol”, Eva Perón deseaba erigir el monumento más grande del mundo al “Descamisado de la Patria”. Había visitado en París la tumba de Napoleón y había quedado impresionada por su diseño.
“Que sea el mayor del mundo. Tiene que culminar con la figura del Descamisado, en el monumento mismo haremos el museo del peronismo, habrá una cripta para que allí descansen los restos de un descamisado auténtico, de aquellos que cayeron en las jornadas de la Revolución. Allí espero descansar también yo cuando muera”, fueron las instrucciones de Evita a su escultor favorito, el italiano León Tommasi, quien por entonces, instalado en un taller en San Isidro, ya trabajaba sobre otras figuras de líneas neoclásicas que fueron destinadas a decorar por poco tiempo la parte superior del inmenso edificio grecorromano de la Fundación Evita, hoy sede de la Facultad de Ingeniería de la UBA. En diciembre de 1951 Tommasi llevó a la residencia presidencial una maqueta que le alegró a Evita la poca vida que le quedaba. “Es genial porque es grande y sencillo”, dicen que dijo.
Su deseo se trasladó al texto de la ley 14.124, sancionada tras ocho días de discursos el 4 de julio de 1952, pocos días antes de su muerte. Asegurar su inmortalidad pasó a ser una cuestión de Estado. El monumento eternizaría a Eva Perón. Se establecieron dos años como plazo de finalización y también se ordenó el emplazamiento de “réplicas del monumento en la capital de cada provincia y de cada territorio nacional”.
Se financiaría con aportes populares y se autorizaba al Poder Ejecutivo a adelantar 4 millones de pesos. El Correo puso en circulación estampillas “pro monumento”, y a partir de la ley se formó una Comisión Nacional del Monumento a Eva Perón, presidida por la senadora Juana Larrauri.

En el interior de la ballena

En el primer aniversario de su muerte, el 26 de julio de 1953, se expusieron al público en el Ministerio de Trabajo y Previsión la maqueta, los gráficos y planos finales de la obra. En un momento se discutió si reemplazar el gigante Descamisado por una estatua de Evita. Finalmente resultó que las proporciones de su fisonomía no se correspondían con las dimensiones colosales requeridas, y se decidió que una imagen de Eva Perón se corporizara en mármol de Carrara, con una estatua de dimensiones apenas mayores a las reales, y que a sus pies tuviera las figuras de dos trabajadores: uno de músculo y otro de intelecto. El conjunto se colocaría en la cripta al lado de su sarcófago de plata, cuya tapa se levantaría según la ocasión para mostrarla dentro de una caja de cristal.
En la base del monumento se abriría una basílica laica, un santuario pensado para que de todo el mundo llegaran a venerarla. Según el plano, los accesos al templo serían a través de tres puertas de bronce con bajorrelieves de la Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. Allí aparecían representados los momentos imborrables en la vida de Evita y el movimiento peronista: el 17 de octubre de 1945, el abrazo con Perón el 1 de mayo de 1951, la condecoración de Eva Perón el 17 de octubre de 1951, Eva Perón y el descamisado, Eva Perón y las mujeres, Eva Perón y los trabajadores, las lágrimas de su pueblo, Evita y los niños y el último saludo del 4 de junio de 1952. Había, también, un salón grecorromano con paredes de mármol, rodeado por frisos y columnas, con techo alto de cúpula revestida de mosaicos con pepitas de oro y tan amplio que permitió planear bordearlo con una frase kilométrica como la cordillera de los Andes extraída del capítulo XVII de La razón de mi vida: “Hubo al lado de Perón, una mujer que se dedicó a llevarle al Presidente las esperanzas del Pueblo, que luego Perón convertía en realidades. De aquella mujer sólo sabemos que el Pueblo la llamaba, cariñosamente, Evita”.

Las manos a las obras

El 11 de enero de 1955 se adjudicó la licitación de la obra a la empresa del Estado Wayss y Fritag. El inicio de la construcción se demoró. Para ubicar los cimientos tuvieron que realizar excavaciones, desplazar cables de alta tensión y un colector cloacal. Fue una obra faraónica sólo empatada por el rellenado de la Ciudad Deportiva de la Boca. Se volcaron 18 mil metros cúbicos de tierra para tapar dos antiguas piletas de filtros de Obras Sanitarias de la Nación y levantar ahí el obrador, depósitos de materiales y maquinarias. Con 400.000 kilos de hierro y 4000 metros cúbicos de hormigón se hicieron los cimientos que permanecen allí enterrados. Superados los inconvenientes, la obra llegó a inaugurarse y el mismo Perón colocó la primera cucharada de mezcla en la estructura a levantarse. Corría el 30 de abril (y ya en pocos meses más el convaleciente Martínez Estrada iba a sanar, sintomática o milagrosamente, con el shock anímico de la caída del Régimen).
El lugar de emplazamiento era al norte de la ciudad. La maqueta muestra al monumento, de cara al río, en el parque ubicado en el hueco dejado por la primitiva cancha de River Plate, entre las avenidas Libertador y Figueroa Alcorta, y las calles Tagle y Libres del Sur, frente a la residencia presidencial, por entonces ubicada en la barranca en la que se alza hoy la Biblioteca Nacional. Como referencias cercanas se destacan también el Automóvil Club Argentino y la Facultad de Derecho. Aseguraban que allí sería visto, sin obstáculos, desde muy lejos.

Los fósiles

Para entonces, el italiano León Tommasi pudo terminar un conjunto secundario de cinco esculturas de 2,2 x 2 metros de base, 4 metros y medio de alto y 35 toneladas cada una. Estas piezas, del peso de un elefante africano, materializaban las emociones e imágenes de redención e igualdad nacidas a partir de octubre de 1945. Decapitadas y con los brazos rotos, fueron arrojadas al fondo del Riachuelo con la caída de Perón. Décadas después, obreros de Obras Públicas las rescataron. Algunas están hoy en el añoso bosque de acacias y cipreses de la ex Quinta 17 de Octubre que perteneciera a Perón, casi como metáforas: La Independencia Económica, El Conductor, El Justicialismo, La Razón de mi Vida y Los Derechos del Trabajador, enormes saurios fosilizados sin cabeza, asomados desde la orilla de otra edad.


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