Por Fernando Redondo
La presencia turca representó una amenaza para la cristiandad durante mucho tiempo, tanto en el Mediterráneo como en sus sucesivas incursiones hasta las puertas de Viena. Cuando en 1570 atacaron la isla de Chipre – posesión veneciana–, esta agresión trajo como consecuencia la formación de la llamada Liga Santa, integrada por el Papa, la República de Venecia y la monarquía de Felipe II. La participación española, de gran importancia para el éxito de la Liga, fue posible entonces gracias a haberse sofocado, al menos temporalmente, la rebelión que había estallado en los Países Bajos dos años antes.
Tomada la decisión de emprender una expedición naval y reunida en Mesina la flota de los coaligados, sólo restaba decidir el objetivo específico de la campaña. La meta, por supuesto, no podía ser otra que la destrucción de la flota turca de Alí Bajá. La única duda que se planteaba era si atraerla al combate con una demostración en un punto vital del Imperio turco o si, por el contrario, ir directamente a su encuentro.
Fue esta opinión la que prevaleció finalmente y con tal objetivo, la armada de la Liga abandonó Mesina, avistando las naves otomanas el 7 de octubre en el golfo de Lepanto (actual golfo de Corinto, en Grecia). Su fuerza era considerable: 207 galeras, 6 galeazas y 20 navíos armados, además de algunos bergantines y fragatas, totalizando 1.215 piezas de artillería; en cuanto al contingente humano, iban embarcados alrededor de 90.000 hombres entre soldados, gente de mar y remeros. Por su parte, Alí Bajá no podía albergar ninguna duda sobre su misión: el sultán le había ordenado expresamente presentar batalla a los cristianos. Su flota había llegado a Lepanto el 29 de septiembre con ánimo de evacuar a los enfermos y reforzar sus efectivos. Era superior en barcos a la de los cristianos, pues sumaba 221 galeras, 38 galeotes y 18 fustas, pero con sólo 750 cañones; sus efectivos humanos eran algo menores –83.000 hombres–, peor armados, además, en arcabuces y mosquetes. La batalla se inició con el ataque frontal de ambas flotas desplegadas en línea e intentando Alí Bajá envolver sólo el ala derecha cristiana, ya que el ala izquierda se extendía casi hasta la costa.
En ese intento, las dos alas comprometidas –la derecha cristiana y la izquierda turca– mantuvieron un combate particular, alejadas del resto de los contendientes y en la que los barcos de la Liga llevaron en principio la peor parte. El fracaso del asalto frontal de los otomanos y el auxilio de la reserva cristiana a su alejada ala derecha dieron la victoria a don Juan de Austria. Sólo lograron salvarse unos 60 barcos turcos. Lepanto fue la gran victoria cristiana sobre los turcos y la noticia de este triunfo conmocionó a toda Europa, llegando a ser bautizada como “la gran ocasión que vieron los siglos”. En realidad, el éxito se debió fundamentalmente a una circunstancia fortuita, la lucha particular en el intento de envolvimiento turco que, a la postre, permitiría a la escuadra de reserva cristiana auxiliar primero al centro y después al ala derecha. Pero también a la superioridad de la flota de los coaligados en artillería y arcabuces y mosquetes.
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