Muchas personas preparan sus guisos diarios empleando el aplaudido o denostado ajo, según se mire. Estos últimos se quejan de que algunos comensales, luego de degustar sus comidas, no toman precaución alguna para no oler a ajo. El ajo, originario de Asia, tiene muchas variedades silvestres y en su floración, forma una umbela terminal de flores blancas o rojas.
Cada cabeza se compone de varios dientes; el bulbo prefiere los climas mediterráneos o templados, de suelos ligeros y fértiles, pero secos, porque la humedad es enemiga acérrima de este bulbo. En la última década se han realizado varios congresos y reuniones científicas para poner al día todo lo que se sabe sobre los pretendidos efectos saludables del Allium sativum, pero debemos anotar que estas observaciones se iniciaron por el año 1.500 a.C., época en que los sabios de Egipto anotaron en hojas de papiro un par de docenas de aplicaciones medicinales del ajo.
Y pasaron tantos siglos que hubo de llegarse a las investigaciones de Luis Pasteur quien probó que el humilde ajo tenía la capacidad de matar bacterias y, más recientemente, en 1983, Sidney Balman, untó con aceite de ajo las piel de las ratas de laboratorio y logró inhibir el desarrollo de tumores. Pero, todavía hay más. Recientes estadísticas compartivas, realizadas en algunas regiones del norte y el sur de Italia, el cáncer estomacal, en el sur, era una tercera parte de la tasa registrada en las ciudades del norte, cuya cocina no usa a diario el ajo; agreguemos que iguales resultados arrojaron las estadísticas hechas en China: en la regiones que se consumían ajos, diariamente, los pobladores estaban 40% más protegidos de padecer la enfermedad. Entre las conclusiones favorables a los que consumen ajos diariamente, aparte de la citada protección contra el cáncer estomacal, parece que también protege la viscosidad de las plaquetas, elemento de la sangre que si se acumula y forma de coágulos, éstos, pueden causar ataques cardíacos.
El ajo, además, es posible que atenúe el engrosamiento y endurecimiento de las arterias. Otras pruebas dicen que el ajo ayuda a disminuir la concentración de colesterol en la sangre y que, además, es un buen antiséptico; se cuenta que durante las dos guerras mundiales, los soldados llevaban dientes de ajo para frotarse las heridas. Por último se dice que el maloliente ajo, también, tiene efectos carminativos, antiespasmódicos, diurético, expectorante, febrífugo y protege contra la hipertensión.
Pero, se sigue diciendo: huele a ajo. Aunque, para evitar este desagrado terminal, dicen las sueñas de casa, que basta con darle unos dos hervores antes de usarlo como condimento o, también, cortar el diente y quitarle las hojitas de color verde, que están en el centro y que son la raíz del bulbo..
No hay comentarios:
Publicar un comentario